La nueva niña perdida


Wendy estaba haciendo una de las tareas que más odiaba en el mundo: cuidar de sus hermanos. Ella tiene dos hermanos más pequeños que ella que no paran de corretear de un lado para otro y descolocar cualquier cosa que Wendy coloca en su sitio. Sus padres le mandaron una tarea en principio nada complicada, asegurarse de que sus hermanos hiciesen alguna tarea de la casa con ella, pero hacer algo con ellos que no fuese jugar era imposible. Por mucho que ella insistiese, por muchas amenazas que dijese, nunca la tomaban en serio pero todo cambió esa noche.

Mientras ella estaba recogiendo una vez más su habitación, que había sido previamente destrozada por sus hermanos, gritó en voz alta: “deseo huir para ser feliz y comerme una perdiz, y que ambos os convirtáis en guisantes para así poder escapar antes”. Entonces, como por arte de magia, ambos hermanos desaparecieron y un chico mayor que Wendy entró volando por la ventana.

—¿Quién eres y por qué puedes volar? —Dijo Wendy sorprendida.

—Me llamo Peter Pan, y soy un niño perdido. Puedo volar porque creyendo en la magia todo es posible. Acompáñame y podrás disfrutar una nueva forma de vivir.

Wendy no se lo pensó dos veces y accedió a ir con él. Peter la llevó a un nuevo lugar que nunca había imaginado, poblado por seres mágicos como hadas y unicornios.

—¿Aquí no hay caballos?

—No Wendy, aquí hay unicornios.

—Pues yo quiero un caballo que hable o me voy de aquí. Los unicornios no me gustan porque me pueden pinchar en el ojo con el cuerno.

Peter la miró extrañado pero se dió cuenta de que Wendy hablaba muy en serio cuando le amenazó y creó un caballo que hablaba sólo para ella.

—Aquí tienes Wendy, el primer caballo que habla es tuyo.

—¡Qué bien Peter! Le llamaré Wolfredo.

—¡No me llamo así! —Gritó el caballo mientras le daba una coz en la cara a Wendy.

Peter fue corriendo a ayudarla pero el cadáver de Wendy yacía inmóvil en el suelo.

—Bueno Peter, ya hemos conseguido una niña perdida más —dijo el caballo enseñando sus dientes.

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