La Puerta

Corro sin rumbo pero sin mirar atrás. No puedo darme la vuelta porque sé que si lo hago, algo peor pasará. Doy bocanadas de aire, una tras otra hasta que el pecho comienza a arderme tanto que imagino cómo mis pulmones se queman y entonces me falta el aire. Si me paro aunque sea para recuperar un poco el aliento, supondrá mi muerte segura. No tengo otra opción, por mucho que me duelan las piernas, por mucho que me queme el pecho, me duela la cabeza o me maree, no puedo parar. 


Corro atravesando las calles vacías que un día estuvieron repletas de ilusión, sueños y color. Paso una farola, luego otra y otra hasta que ya no hay nada más, solo campo y oscuridad. Los pies cada vez me pesan más y noto lo mucho que me cuesta despegarlos del suelo a cada zancada que doy. Es como si no hubiese suelo y este fuese una especie de sustancia viscosa que intenta tragarme pero no voy a rendirme. Esta vez no. 

Pocos metros después no solo no estoy corriendo sino que ya no siento ni que esté dando pasos largos. Cuantos más segundos pasan menos soy capaz de caminar hasta que finalmente me detengo y todo es oscuridad. 

*** 

Se podría decir que hoy es un día como otro cualquiera, pero no es así. Hoy es 1 de septiembre y para mi comienza un nuevo año. Yo no soy como esas personas cuyo año empieza el 1 de enero. Siempre he pensado que septiembre es el mes en el que todo son novedades: nuevo curso escolar, nuevos materiales a estrenar, nuevas clases, nuevos compañeros y nuevos trabajos. En mi caso, algo mucho más especial empieza hoy. Por fin he tenido el valor de salir de mi pueblo y mudarme a la ciudad para cumplir mi gran sueño: escribir, pero no de cualquier manera, escribir profesionalmente y que la gente hable de mí. 

No recuerdo mucho de mi infancia pero eso no me impide sentir que los libros siempre me han acompañado, aunque solo fuese por mi madre. A ella siempre le encantó leer hasta tal punto que la obsesión acabó consumiéndola desde dentro. Llegó a tal punto que ni siquiera sabía distinguir lo que era realidad de lo que era ficción porque lo había leído en algún sitio. Al principio eran cosas banales y sin importancia como aquella vez en la que leyendo Memorias de Idhún realmente se pensaba que los Sheks existían, pero según iban pasando los años, la “enfermedad” se iba agravando hasta incluso fingir que yo tenía un mellizo. 

Un tiempo después de fallecer, decidí que si me quedaba en esa casa no iba a poder avanzar en mi vida, así que finalmente tomé la decisión de venirme a vivir aquí. Me siento como un pez fuera del agua, todo va demasiado deprisa, todo el mundo corre a todos lados, todo se hace rápido y en el menor tiempo posible aunque luego no tengas ni 5 minutos para descansar. 

Al fin estoy en mi apartamento, si puede llamarse así porque con lo poco que me quedó del testamento de mi madre no he podido permitirme otra cosa. Estoy en uno de los peores barrios de la ciudad y mi casa se resume en una entrada pegada al salón en el que también está la cocina, una pequeña habitación y un baño. Pero no todo es malo, la parte positiva es que tengo una parada de metro casi en la puerta del edificio y estoy en el décimo y último piso, por lo que tengo unas vistas bastante decentes de la ciudad. 

Tras terminar la mudanza y montar varios muebles, cae la noche y por fin puedo echarme un rato en la cama. Primero me siento en ella, me quito los calcetines y me doy un pequeño masaje en los pies. Después, me tumbo y pongo mi cabeza sobre la almohada. Al principio me resulta extraño y diferente pero tras unos minutos logro acostumbrarme. Los párpados cada vez me pesan más y más hasta que no puedo soportarlo y los cierro. 

Me despierto de golpe, he soñado que caía al vacío y del susto que me he pegado se me han abierto los ojos. Espero unos segundos para tranquilizarme y me centro en mí alrededor, miro el reloj y son las 3 y media de la mañana. Lo observo durante unos segundos más hasta que noto cómo algo me roza el brazo y tengo un escalofrío. Primero pienso que son imaginaciones mías, que son cosas que pasan solamente en películas de miedo pero al sentirlo una vez más, salto de la cama. Estoy de pie en mitad de la habitación, mirándolo todo como si algo fuese a acercarse a mí, como si me fuese a tocar pero no pasa nada. Permanezco inmóvil varios minutos pero reina la calma y el silencio y es lo que más me preocupa. Se supone que en una ciudad como en la que estoy, el ajetreo es constante, pero no hay ningún ruido. Decido salir de la habitación para comprobar el resto de la casa y me detengo en seco. Hay una puerta en el salón que antes no estaba. Me acerco con temor hacia ella y dudo si abrirla o no hasta que al final, pongo mi mano sobre el pomo, cierro los ojos y doy un paso al frente. 

Todo sigue en silencio así que me armo del poco valor que me queda y abro los ojos. Noto como si algo me golpease en la cabeza, no es un dolor físico sino más bien un sentimiento interno. Miro a ambos lados y no puedo evitar sorprenderme cuando veo que estoy en mi antigua casa. Las paredes son de madera, el sofá sigue estando tan viejo como lo recordaba y la chimenea está como casi siempre la teníamos, apagada. 

En un acto reflejo, me siento en el sofá como solía hacer antaño pero noto un ambiente extraño y me doy cuenta de que algo ha cambiado. Centro mi vista en la fotografía que hay en la mesilla al lado del sofá. Es una fotografía familiar que recuerdo sin ningún tipo de problema pero está distinta, algo ha cambiado. Mi madre ya no tiene un vestido de flores con colores llamativos, tampoco está sonriendo como solía hacerlo. Ahora tiene un vestido hecho trizas y una sonrisa desfigurada. Me fijo en mí y aparto la mirada de golpe. Me horrorizo tanto que no puedo hacer otra cosa más que volver a ir a la puerta por la que entré y salir de esta pesadilla. 

Ya ha pasado casi un mes desde el incidente y no ha ocurrido nada más. Al menos nada preocupante. Algunas noches oigo ruidos y se me eriza el pelo de vez en cuando, pero el hecho de que la puerta no haya vuelto a aparecer no me ha impedido que haya estado rompiéndome la cabeza pensando en lo que pudo ocurrir. Sigo sin saber si fue un sueño o algo que ocurrió de verdad porque lo recuerdo todo con sumo detalle, incluso cómo me sentí en cada momento. Si lo pienso bien, es imposible que apareciese una puerta en mi apartamento que me llevase a mi antigua casa pero todo fue tan real… 

Una parte positiva de lo que está pasando es que tengo más creatividad y aunque sea la primera vez que lo intento, estoy escribiendo un libro de terror que está funcionando bastante bien. Mi editorial contactó conmigo para saber si tenía algo planeado para publicar cerca de Halloween y no he podido resistirme a enviarles un primer manuscrito y les ha gustado mucho. Con mi primera publicación no he vendido muchas ediciones pero sí que he tenido buenas críticas y parece que las personas del mundo editorial me han recibido con las manos abiertas. 

Audree entró en la habitación de su madre y la vista era aterradora. Estaba tirada en el suelo, llena de cortes y bañada en sangre. Su padre estaba dándole la espalda pero pudo ver claramente cómo sostenía un cuchillo en su mano derecha. Audree ahogó un grito, su padre se dió la vuelta y, con una sonrisa descompuesta, se abalanzó a por ella. Ambos cayeron al suelo, Audree intentó zafarse de él varias veces pero no lo conseguía. Su padre la miraba con una ira que jamás había visto en él y no era capaz de reconocerle con esa cara desfigurada. Le inmovilizó los brazos empujándolos contra el suelo, acercó su cara a la suya y la sonrisa se le desdibujó mucho más, hasta tal punto que las comisuras de los labios le empezaron a sangrar. Cuando estas gotas cayeron en la cara de Audree, levantó la rodilla, le golpeó en la entrepierna y logró escapar. 

Tras una tarde bastante entretenida escribiendo, he conseguido acercarme por fin al capítulo final. Si sigo a este ritmo en menos de dos semanas podré terminarlo y se publicará el 31 de octubre. Hago la cena, me doy una ducha y me acuesto en la cama. Hoy los ojos no me pesan demasiado, así que cojo mi cuaderno de anotaciones y empiezo a hacer pequeños esquemas sobre lo que pasará en los próximos capítulos y en cómo terminarlo. Escribo y escribo durante horas hasta que los ojos me empiezan a escocer y miro el reloj. Vuelven a ser las 3 y media y un escalofrío recorre mi cuerpo. Sin ninguna esperanza me levanto de la cama, voy al salón y cuál es mi sorpresa cuando me vuelvo a encontrar la puerta, pero esta vez no pienso ir sin prepararme. Me pongo unos vaqueros largos, una camiseta de manga corta, unas botas y me pongo frente a la puerta. 

Como suponía, vuelvo a estar en casa de nuevo, como la primera vez. Todo está en calma hasta que oigo ruidos por la zona de la cocina y como la curiosidad me puede, decido ir. Me detengo en el marco de la puerta y doy un paso adelante. Mi madre está cocinando algo, sus famosas croquetas que tanto me gustaban. La miro durante unos instantes, entonces se da la vuelta, me mira sonriente a los ojos y me saluda. 

Empalidezco en cuestión de segundos, ¿cómo es posible que me pueda ver? Noto como si algo me atravesara y me doy cuenta de que soy yo hace unos cuantos años, caminando hacia mi madre y preguntándole sobre la comida. Me tranquilizo por un momento hasta que me doy cuenta de que mi madre sigue mirándome. Doy media vuelta, con la cara blanca como si acabase de ver un muerto y vuelvo a cruzar la puerta. 

Aún no sé muy bien cuál es el detonante que la abre pero por fin tengo algo claro: la puerta es real. De madrugada, cerca de las 3 y media una puerta se abre en mi apartamento y me lleva a mi pasado. Soy capaz de ver a todas las personas de ese tiempo pero no sé si ellos pueden verme. Se me ponen los pelos de punta al pensar que mi madre ha sido capaz de verme, ¿o no? Lo que está claro es que tengo que volver a intentar entrar y resolver este misterio. 

Audree sólo tenía una cosa en su mente: escapar, pero su padre pensaba otra muy distinta. Mientras ella corría hacia la puerta principal, él aprovechó un descuido y le lanzó el cuchillo. El grito resonó no solamente en su casa, sino también por todo el vecindario. Audree cayó al suelo de bruces pero no paró de resistirse e intentó ponerse en pie de nuevo. Su padre la cogió por la espalda, la puso boca arriba contra el suelo y puso ambas manos sobre su cuello. Ella, una vez más intentó resistirse pero ya no le quedaban fuerzas para seguir adelante, tampoco le quedaba nada por lo que pelear. Se estaba quedando sin oxígeno cuando un pequeño recuerdo cruzó su mente. 

Audree estaba aprendiendo a montar en bici y no paraba de caerse, una vez tras otra y decidió rendirse pero su madre se acercó a ella y le susurró: hazlo por ti misma, por sentir un poco de libertad en este mundo en el que estamos atrapados. Hizo acopio de todo su valor, se montó en la bicicleta de nuevo y esa vez lo logró, al igual que ahora con su padre. Se arrancó de golpe el cuchillo que tenía en el gemelo y con la poca fuerza que le quedaba, se lo clavó en la yugular. 

Por fin se libró de él y de la vida que él había convertido en tormento, tanto para ella como para su madre. 

Las semanas siguen pasando y la puerta no ha vuelto a aparecer. Por fin he conseguido terminar mi novela y se va a publicar en dos días, el 31 de octubre, justo para que las personas a las que no les guste mucho celebrar Halloween puedan leer algo con una temática relacionada con ese día. Es algo que me hace mucha ilusión puesto que siempre ha sido una festividad que me ha encantado y esta es una muy buena forma de celebrarlo. Mi segundo libro estará publicado, pero yo no podré descansar hasta que vuelva a cruzar la puerta y averiguar lo que pasa. 

Hoy, 30 de octubre por fin tengo en mis manos mi segundo libro y la verdad es que siento alivio pero también nerviosismo porque no sé cómo reaccionará la gente. Tal vez crean que he caído demasiado en el cliché, pero creo que Audree tiene vida propia y se puede notar en cada una de las palabras que he escrito. El día pasa y lo único que hago es releerlo una y otra vez pensando en todo lo que podría cambiar y cómo podría mejorarlo pero ya no hay marcha atrás. 

Por la noche, una vez más, al acostarme empiezo a pensar en la puerta y en mi pasado. Ahora que he vuelto a ver la casa, los recuerdos son más claros y sus colores más vivos. No puedo negar que echo de menos a la que era mi madre en esa época, porque aún no había empezado a volverse loca, y siento una añoranza como nunca antes. Echo de menos los momentos especiales con ella, porque hasta la cosa más simple parecía lo más extraordinario del mundo. 

Me despierto de golpe y me siento en la cama. Me reconforta el hecho de saber que estoy en mi apartamento pero por otro lado deseo volver a mi antigua casa. Miro el reloj y son las 3 y media pasadas, más o menos la misma hora en la que la puerta se abrió las otras veces. Me levanto de la cama, voy con pies de plomo al salón y no me sorprende mucho ver la puerta una vez más, así que decido cruzarla. 

Esta vez parece que no hay nadie en casa, tienes que estar anocheciendo porque no hay mucha luz pero entonces, ¿por qué está vacía? Recorro la planta baja y al comprobar que está todo vacío, me dirijo al piso de arriba. Subo despacio, pero aun así los escalones suenan como solían hacer. Entro en mi habitación con cuidado y una oleada de recuerdos inunda mi cabeza pero no quiero dejarme caer en la tentación y paso a la siguiente puerta. La abro y no puedo evitar sorprenderme con lo que veo. Mi madre está sentada en la cama, mirando hacia la puerta. 

—Lo sabía, les dije a todos que existías de verdad, que te había visto pero nadie me creyó. 

Me paralizo ante lo que acabo de descubrir. Mi madre se acerca a mí con los brazos abiertos para abrazarme pero me asusto y sólo soy capaz de seguir mi instinto. Doy un giro de 180 grados y corro como nunca lo he hecho en mi vida, sin rumbo pero sin mirar atrás. No puedo darme la vuelta porque sé que si lo hago, algo peor pasará. Doy bocanadas de aire, una tras otra hasta que el pecho comienza a arderme…

Comentarios

  1. Una historia estructurada de tal modo que mantiene la tensión y el interés por saber lo que está pasando con una misteriosa puerta, hasta llegar a un final resvelador que, para redondear, resulta ser el inicio del relato. Genial.

    Un saludo, Teresa.

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    Respuestas
    1. Muchísimas gracias por comentar Ricardo. Me alegra que te haya gustado y que te haya mantenido en tensión.
      Un saludo,
      Teresa

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