Pluma y Espada

Como un día más, me levanto, me peino y salgo de mis aposentos. A madre no le gusta verme despeinada, aunque me acabe de despertar, a padre todo ese tema de la burocracia y protocolo le da más igual, sólo quiere que yo sea feliz y disfrute de lo que hago. Recorro los tenues pasillos de piedra hasta llegar al comedor principal, ahí me están esperando ambos padres y un caballero de más o menos mi edad. Madre me sonríe mientras le señala con la mirada.

—Buenos días princesa, toma asiento —dice padre mientras señala la silla frente al invitado.

—Me llamo Sir Lancelot, princesa. Es un placer conocerla por fin en persona.

Nuestro invitado se levanta para besarme la mano pero yo me siento a la mesa. Observo su vestimenta, otro pretendiente más que viene con sus mejores galas y que va a volver a su reino como los anteriores, con el rabo entre las piernas. Vuelve a sentarse y el desayuno continúa de una forma más relajada, Lancelot intenta hablar de varios temas pero yo no le sigo el rollo, sólo mis padres. Una vez terminamos todos de comer, intento retirarme de la mesa pero madre me retiene.

—¿Por qué no le enseñas a Sir Lancelot los jardines? —Abro la boca pero mi madre me amenaza con los ojos.

Enfadada, cojo a Lancelot de la mano y tiro de él fuera del castillo. Salimos por la puerta principal y rodeamos el edificio hasta llegar a la parte de atrás.

—Pensaba que iríamos a los jardines.

—Esta parte es mucho más bonita que esa, además aquí no pueden vigilarnos.

No nos detenemos tras el edificio, obligo a Lancelot a seguirme por un camino angosto. Noto que la mano empieza a sudarle pero no dejo de caminar. Continuamos un poco más hasta que llegamos a un bosque, entonces tras dar unos pequeños giros, le enseño una cabaña escondida entre matojos.

—Este es mi lugar secreto. Está alejado de palacio y cerca de mi lago favorito. Vengo aquí cuando quiero olvidarme de mi familia y mis obligaciones.

—Yo también tengo un sitio parecido —comenta mientras levanto las cejas.— No está tan bien escondido como este, pero yo también lo uso para alejarme de mi familia. Ellos no quieren que sea como soy, pero no puedo reprimirlo.

Frunzo el ceño y me pregunto cómo será Sir Lancelot y por qué le molesta tanto a sus padres, por fuera parece un caballero normal, va bien vestido y peinado, huele bien y no suelta ningún improperio por la boca. Le invito a entrar y temeroso, me hace caso. Se sorprende mucho al ver todo lo que tengo, una pequeña fogata, un sofá, una pequeña mesa y muchos libros.

—¿Qué tienes ahí?

—Es la espada de mi abuelo. Me la regaló cuando aún era demasiado pequeña para sujetarla, practico todos los días con ella aunque no puedo batirme en duelo con nadie puesto que soy mujer.

—Puedes practicar conmigo si quieres. Nunca me ha apasionado el tema de las armas, pero me han instruido en ese arte. Ya sabes, soy un hombre así que tengo que hacer cosas varoniles.

A los pocos segundos de que terminase la frase, ya tenía la espada de mi abuelo en mis manos. Sir Lancelot desenvainó la suya y estuvimos practicando con ellas varias horas hasta que nuestros brazos no podían sostener su peso y decidimos que era el momento perfecto para volver a palacio para comer. Al verme cubierta de barro, madre enfureció pero se contuvo porque Lancelot estaba delante. Me mandó a mis aposentos para acicalarme y cambiarme de vestido.

Cuando volví al comedor, parecía que la escena volvía a repetirse puesto que todos estaban sentados en el mismo sitio esperando a que yo llegase. Esta vez, cuando me acerqué a la mesa, Lancelot se levantó corriendo y me ayudó a sentarme y me susurró al oído que estaba preciosa. Mientras él se sentó en la mesa yo comencé a sonrojarme y una sonrisa se dibujó en nuestras bocas. La comida fue mucho más entretenida que el desayuno puesto que sí que interactué con ellos. Como siempre, hablamos sobre temas muy aburridos como futuras conquistas, pasadas guerras y presentes acuerdos. Tanto padre como madre dejaron caer que una alianza entre ambas regiones sería muy beneficiosa para ambos pero ninguno de los dos les hicimos caso. Tan pronto como terminamos de comer, Lancelot fue el que me cogió de la mano y salimos a la entrada principal.

—Esta vez me toca sorprenderte a ti. Comuniquen a los reyes que su hija volverá mañana, yo mismo la traeré en persona —ordena a uno de nuestros sirvientes mientras prepara su caballo.

Ambos nos subimos a su precioso corcel negro y galopamos sin parar. Yo me agarro a su cintura para no caerme, el viento sopla y mueve mi pelo anaranjado que seguramente ahora esté alborotado. Llegamos a una zona con varios árboles y detiene el caballo delante de una pequeña casita de piedra.

—Mis padres la construyeron para mí, saben dónde está pero lo respetan y nunca vienen.

—Yo tuve que construir yo misma la cabaña porque madre nunca me deja en paz. Alguna vez sí que me he planteado decírselo a padre, pero seguro que ella haría que se lo dijera.

Lancelot baja del caballo y me ofrece su mano para ayudarme, me acompaña hasta la puerta, la abre y me invita a entrar. La casa es preciosa, tiene un pequeño salón con un fuego que encendido será muy acogedor. Doy vueltas prestando la mayor atención posible a cada detalle mientras Lancelot enciende la hoguera. Veo una pequeña mesa en la que hay varios papeles escritos a mano y cojo uno de ellos. Comienzo a leer pero Lancelot me quita el papel de las manos.

—Esta es mi pasión, la pluma. Me encanta escribir y como no es algo que deban hacer los caballeros, a mis padres no les gusta.

Hablo con él sobre cómo madre ha llegado a castigarme un día entero sin salir de mis aposentos por verme sujetando la espada de mi abuelo. Le cuento que padre siempre ha intentado defenderme e instruirme en más cosas que no sean coser y cocinar, pero madre se empeñó en que fuese una buena princesa. Lancelot también me comenta que su situación en palacio es peor puesto que ninguno de sus dos padres le entiende ni intenta comprenderle.

Tras varios intentos y ponerse muy rojo, por fin consigo que me lea algo de lo que ha escrito. Nos sentamos en el sofá delante del fuego y comienza a leer. Centro mi vista tanto en el fuego como en su boca. Es delicioso ver cómo las palabras se deslizan por su garganta y salen de sus labios. Presto también mucha atención al relato que me está leyendo y me sorprendo, porque es realmente bueno y está muy bien escrito. Al recibir tantos halagos, se pone rojo cual tomate y agacha la cabeza y yo no puedo reprimir la risa. Él se sorprende ante mi reacción y decide hacerme cosquillas. Me levanto corriendo del sofá y corro por toda la casa mientras me persigue. No tengo escapatoria, así que abro una de las puertas y me topo con una cama gigante. Lancelot me empuja delicadamente y yo me dejo caer en ella mientras le atraigo hacia mí. Nuestros rostros se acercan y no dejamos de mirarnos hasta que nuestros labios se funden en uno solo.


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