Rumbo desconocido II

Es la primera vez que recuerdo descansar tan bien. Según me acosté podía escuchar el ruido de los grillos que me sirvieron como nana. No tardé mucho en dormirme porque sentía una paz que hacía mucho tiempo que no sentía. Me desperté con el ruido del camión de Artai muy temprano, a eso de las 7 de la mañana, así que simplemente seguí despierta en la cama. Estuve pensando en todo lo que me había ocurrido, en todo lo que podría ocurrir y el corazón se me aceleraba más y más. Sin quererlo, me encontré pensando en Artai y en el sueño que sería poder vivir en un lugar como este. Con toda esta tranquilidad, pudiéndome dedicar a lo que de verdad me gusta y me apasiona, escribir. Estuve soñando despierta durante dos horas hasta que la madre de Artai golpeó levemente en la puerta. Sin tardar demasiado, abrí la puerta y la señora me dijo que ya tenía preparado el desayuno. Yo, incrédula, fui corriendo al comedor.

Las mesas tenían unos manteles diferentes a los de anoche, eran mucho más coloridos y brillantes. Tras desearme un buen día, su madre me deja una pequeña botella de vidrio con leche en la mesa. Hay croissants a la plancha, mermelada de varios sabores, rebanadas de pan tostado, aceite, tomate y sal. Parece como si me hubiesen leído la mente porque los desayunos son mi comida del día favorita y me encanta todo lo que me ha puesto para comer. Le agradezco todos los detalles y ella me contesta con una sonrisa. No sé su nombre todavía y me da cosa preguntárselo porque aunque parezca una tontería, no quiero entrometerme en sus vidas.

Termino tranquila toda la comida y cuando lo hago, llevo el plato, los cubiertos y el vaso al fregadero y los limpio. Cuando ya estoy terminando, aparece la madre de Artai.

—¿Qué faces? No hacía falta mujer, para eso estoy yo.

—Perdóname...— Un silencio se apodera del ambiente durante unos segundos.

—Mentxu, puedes llamarme Mentxu.

Asiento con una sonrisa y le pregunto por sitios a los que podría visitar mientras su hijo vuelve a casa. Ella, una vez más me habla de él, de lo intrépido que es y también menciona que es trabajador y muy cariñoso. Me recomienda ir al Faro de Finisterre para tener unas vistas espléndidas así que no lo dudo y pongo rumbo hacia allí. Antes de arrancar le mando un mensaje a mis padres para que sepan que estoy viva todavía y sin mirar nada más en el móvil, meto la primera marcha.

La ruta hacia allí es espectacular, rodeada de unos paisajes maravillosamente verdes. Me detengo en el arcén para contemplar un monumento de los peregrinos del Camino de Santiago. Permanezco así durante unos minutos, disfrutando del paisaje y de la naturaleza hasta que escucho un ruido a mi espalda. Me doy la vuelta y veo un pequeño ciervo que se acerca a la carretera. Entro en mi caravana y cojo un trozo de pan y aunque no creo que le llame mucho la atención, mantengo la esperanza de que se acerque. Poco a poco y con pequeños pasos, se acerca lentamente a mí. Cuando está a tan sólo un palmo, las manos comienzan a sudarme. Intento que no note mi nerviosismo y tranquilizarme. Por su parte, él se mantiene inmóvil hasta que por fin da el último paso y coge el pedazo de pan con la boca. Acto seguido, corre como un loco y se adentra en el bosque. Una lágrima comienza a recorrer mi mejilla y experimento una nueva sensación. Estoy eufórica porque un animal salvaje se ha acercado a mí y ha cogido comida de mi mano. Subo a la caravana con una sonrisa de oreja a oreja y continúo mi camino.

Pocos minutos después, me detengo en un área de descanso y voy andando hasta el Faro y los ojos se me abren como nunca antes. Bajo de la caravana y aunque disfruto de las vistas, sigo caminando y descendiendo hasta que ya no hay camino y estoy en el borde del precipicio. Me siento en una de las rocas y simplemente disfruto del ruido de las olas golpeando las rocas. Aunque el sol va cambiando su posición yo no lo hago. Llevo horas así y me siento como en casa. Cierro los ojos hasta que me despierto sobresaltada cuando una mano toca mi hombro. Alzo la mirada y veo que Artai está justo encima de mí, me levanto de golpe y chocamos nuestras frentes. Las carcajadas resuenan por todas partes y varias personas nos miran. Yo me ruborizo y Artai me ofrece su mano para subir de nuevo al faro y caminamos así hasta que llegamos a mi caravana.

—¿Y tu camión?

—¿Cómo voy a venir hasta aquí con el camión? Me ha traído Mentxu.

Me pongo roja y las manos comienzan a sudarme. No entiendo cómo he sido siquiera capaz de pensar que podría venir hasta aquí en camión y encima decírselo. Aunque me pongo muy tozuda con ir a ver los lobos, al final me hace entrar en razón porque es demasiado tarde para ir. Anochecerá pronto y no es plan de adentrarnos en el bosque en busca de lobos cuando ni siquiera vamos a poder vernos las caras. El trayecto se me hace muy agradable charlando con él, comenzamos a conocernos mejor y la verdad es que me gusta todo lo que me cuenta. Aunque trabaja como repartidor, lo que le apasiona es la fotografía y la practica cuando puede. Se ha emocionado mucho cuando le he comentado que yo escribo y me ha hecho sentir muy bien. Normalmente no es algo que vaya contando por ahí porque la mayoría de las veces lo desprecian y se creen que no es algo serio. Cuando ya estoy viendo el pequeño pueblo, Artai me indica que gire y aunque dudo, le hago caso. Tras varios minutos conduciendo por una carretera de mala muerte, llegamos a un claro y me indica que aparque.

—¿Tienes un pañuelo?— Pregunta Artai levantándose y mirando por el interior de la caravana.

—¿Para sonarte dices?

—No, para una sorpresa.

Le indico un cajón cerca de la cama plegable donde guardo las servilletas y los trapos de cocina y él lo dobla y me lo coloca delicadamente sobre los ojos. Me acompaña hasta el exterior, dejándome que me apoye en sus hombros. Andamos durante pocos minutos y me quita el trapo. Mis ojos tardan un poco en acostumbrarse, pero la luz del fuego de una pequeña fogata me facilita la visión. Veo una mesa de madera rodeada por pequeños tocones. Hay dos platos y vasos encima de la mesa y en el suelo, una pequeña nevera portátil. Artai se pone delante de mí y su mirada me atraviesa como si fuera una bala.

—Ahora entiendo por qué te llamas Estrella, porque deslumbras como ellas.

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