Rumbo desconocido III

No puedo evitar que una sonrisa tonta aparezca en mi cara, al igual que tampoco evito tirarme a sus brazos. Hacía mucho tiempo que no me sentía así de querida y mis ojos lo reflejan cuando unas pequeñas lágrimas asoman de ellos. Artai me aleja un poco y con sus grandes manos, me quita las pequeñas gotas saladas de mis mejillas. Me agarra levemente la mano y me invita a cenar. De la nevera portátil saca unos cuantos tuppers con comida casera.

—Lo he cocinado yo antes de venir a por ti. Espero que te guste.

Abrimos todos los tuppers y me sorprende la variedad de comida que hay. Pasta por un lado, una ensalada por otro, carne estofada e incluso una pequeña tarta recubierta por un glaseado color platino. La cena es maravillosa, hablamos de todo un poco, pasando por temas banales hasta temas más específicos y delicados como nuestras anteriores relaciones. Ninguno de los dos queremos darle importancia al hecho de que tuvimos parejas anteriores, así que no nos centramos demasiado en ellos y hablamos sobre nosotros.

—Desde pequeño he vivido aquí y aunque no tenga una gran formación, me gustaría salir de aquí y darme una oportunidad para ver mundo. No necesito salir de España, con ver otras comunidades me conformo y poder experimentar cosas diferentes a las que vivo aquí cada día.

—En Madrid no te podrías aburrir. Es una ciudad muy ajetreada donde todo el mundo corre hacia todos sitios. Siempre hay prisa y nunca nos relajamos, por eso me gusta tanto el norte. Sois mucho más tranquilos, disfrutáis de la vida y de sus pequeñas cosas.

Charlamos durante horas sobre las ventajas y desventajas de vivir cada uno en nuestra comunidad y llegamos a la conclusión de que siempre se quiere lo que no se puede tener.

—Siendo sincera, ahora mismo tengo todo lo que necesito. Me estoy reconciliando conmigo misma, estoy rodeada de un paisaje fantástico...

—Y de gente que se preocupa por ti —dice Artai mientras se levanta y me ofrece su mano. Yo le miro extrañada, pero decido acompañarle.

Ambos nos ponemos a bailar sin música. El ritmo está en nuestros pies, más en los suyos que es el que me guía y nos dejamos llevar. Damos vueltas sin parar, hasta que Artai se detiene lentamente.

—Eres mi serendipia —susurra pegado a mi cuello.

Alejo mi cara un poco de él y segundos después, nuestros labios se encuentran y se funden en un beso que jamás olvidaré. Un beso lento que hace que me derrita por dentro. Hacía mucho tiempo que no sentía esta atracción.

De repente, algo me pica en el pie y grito como nunca lo he hecho. Comienza a salirme un gran sarpullido en la zona y cuando toco la zona de la picadura, noto algo. Artai alumbra con su móvil y podemos ver cómo el aguijón de un escorpión sigue pegado a mi pie. Segundos después, mi corazón comienza a acelerarse, noto que me falta aire y empiezo a temblar.

Todo es oscuridad.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Convocatoria: «Muchas patas»

Una niña grande

Dionisio