Un nuevo amanecer

Se avecinan las espesas nevadas y con ellas, mi gran temor. Tengo que prepararme bien por todo lo que pueda pasar. Aunque cada año se repite lo mismo, también es diferente. Me han estado preparando desde muy pequeña para esto y, aun así, sigo teniendo miedo. Temo por mi propio mundo, por mi amado bosque y también por mí. Una vez más, me adentro en la espesura en busca de buenas ramas que puedan valerme de protección. Recorro los estrechos pasillos que se han formado en el bosque de pinos hasta que encuentro unos troncos tirados en el suelo y los recojo. Aunque cargar tanto peso diario está haciendo estragos en mi espalda, no puedo permitirme el lujo de parar.

Cuando llego a mi pequeña cabaña, dejo todas las maderas en el recinto y entro para calentarme. Soy la mujer de las nieves, pero eso no implica que no pueda sentir el frío hasta en mis huesos. Me sitúo delante del fuego y me concentro en él. Siempre me ha gustado el baile que realizan las llamas, es tan absorbente que podría pasarme horas admirando su danza. Permanezco inmóvil durante varios minutos hasta que vuelvo en mí. Ya he recobrado un poco el calor, así que salgo de nuevo para proteger uno de mis bienes más preciados, mi casa. Cuchillo en mano, voy perfilando poco a poco cada uno de los pequeños troncos para que por un lado, terminen en una punta afilada. Cuando he acabado con todos, los cuento y voy haciendo pequeños agujeros en el suelo rodeando mi cabaña. Después, coloco esos palos ya convertidos en estacas en esos hoyos. Intento que se mantengan a unos 45 grados del suelo aunque me es imposible conseguirlo en todos. Tras largas horas con este arduo trabajo, al final consigo lo que quería. Mi hogar está completamente rodeado de puntiagudas estacas.

Vuelvo al calor del hogar y con mucho cuidado, caliento una olla al fuego. Es hora de darse un buen baño para quitarme todo el barro y las espinas que tengo incrustadas por todo mi cuerpo. Tras pocos minutos en la lumbre el agua comienza a hervir, así que agarro la olla con un guante y subo al piso de arriba. Entro en el baño y vierto todo el interior del cazo en la bañera. No se llena ni por la mitad y tampoco lo necesito. Lleno de nuevo la olla con agua fría y la mezclo con la caliente. Me deshago de mi blanco vestido y sumerjo mi cuerpo en el agua. Mi largo pelo negro ondea por toda la bañera mientras que mi diminuto cuerpo parece no inmutarse del cambio de temperatura. Echo la cabeza hacia atrás, cierro los ojos y me relajo.

Una mujer muy parecida a mí recorre el bosque y es rápida como el viento. Intento alcanzarla, más cuando miro al suelo, no hay rastro de ella. Es como si flotase por encima de la capa de nieve que cubre la tierra virgen. Corro tras ella a trompicones porque aunque no pueda tocarla, quiero averiguar qué persigue. Cada vez nos adentramos más en el bosque y por mucho que la llame o grite, sigue su camino como si nada. De repente, se detiene justo delante de mí. No logro ver nada hasta que rodeo su figura y entonces le veo a él.

Abro los ojos de golpe, exaltada por lo que acaba de pasar. Estoy segura de que lo que acabo de presenciar no ha sido un sueño, sino más bien un recuerdo. Algo que ha ocurrido de verdad, porque ese apuesto joven que he visto delante de la mujer, era mi padre. Intento recomponerme del shock y tardo varios minutos en poder concentrarme y recapacitar sobre lo que ha pasado. ¿Por qué estaba mi padre en medio del bosque?; ¿Por qué esa mujer le perseguía?; ¿Qué quería de él? Lo malo es que no sé cuándo podré saber más, y lo peor aún, es que puede que nunca lo sepa.

A diferencia de mí, la noche transcurre con total tranquilidad. Mi mente no deja de dar vueltas y vueltas pensando en lo mismo: la revelación. ¿Tendrá algo que ver con lo que me deparará este eclipse lunar? Mi madre siempre ha sido muy mística y por lo tanto, me ha inculcado esa forma de ser. A veces se puede sacar provecho de ella, aunque en esta ocasión no es así y me causa más angustia que alivio. Intento relajarme, apartar esa preocupación a un lado y centrarme en lo que se me avecina. No puedo dejar que me ataquen y mucho menos dejarme capturar o incluso matar por ellas. Morfeo extiende sus garras de nuevo y caigo en un profundo sueño hasta la mañana siguiente.

Me levanto con el canto de un ruiseñor, decepcionada y a la vez aliviada porque no he vuelto a tener una revelación. Por desgracia, día que pasa, día que estoy más cerca de la que tal vez sea mi muerte. Me centro en preparar un buen desayuno con proteínas para poder soportar el largo día que me espera. Puede que esta noche sea la última que viva y tengo que poner toda la carne en el asador para que eso no pase. Aunque no soy capaz de recordar la cantidad de veces que han intentado darme caza y no lo han logrado, no puedo relajarme porque sería mi perdición. Una de las últimas veces que me atacaron, intentaron prenderle fuego a mi casa y logré apagarlo con mi aliento helado. Esta vez, para que eso no ocurra, he sido capaz de crear un ungüento que repele el fuego. He mezclado varias de las hierbas del bosque con un poco de mi aliento y con mucha paciencia y mezclándolo todo muy bien, he conseguido que sea una especie de líquido. Lo vierto en el cubo, lo saco fuera de casa, acerco una escalera y mientras trepo hacia lo más alto de ella, voy vaciando el interior del cubo por todo el exterior de la casa. Tardo varias horas por que, aunque la cabaña es pequeña, tengo que tener cuidado de no dejarme ningún hueco sin proteger.

Llega la hora de la comida y me hago un puchero caliente con las hortalizas que he recolectado de mi huerto. No tardo mucho en pelarlas, cortarlas y echarlas a hervir. Aprovecho estos momentos de soledad para relajarme un poco. Me siento en mi butacón de madera y me relajo. Cierro los ojos y aunque no me duermo, siento que algo se apodera de mí.

Estoy al lado del chico de mi revelación. ¡Estoy al lado de mi padre! Alzo los brazos y miro mis manos. Son blancas como la nieve y frías como el hielo. Miro al chico una vez más y está aterrado, las manos no dejan de temblarle y mira a su alrededor buscando una salida, una forma de escapar. Intento hablarle y decirle que todo saldrá bien, más no tengo control de mi cuerpo. Miro a la mujer a la cara y me vuelvo a sorprender. Mi madre mira a mi padre a los ojos y justo cuando abre la boca y creo que le va a congelar le susurra: «Podrían matarnos por esto.» Después, sus labios se funden en un beso.

La nariz comienza a picarme por el olor a quemado y toso de inmediato. Ahora lo entiendo todo, la leyenda era cierta. Las yuki onna éramos unos seres despiadados que le arrebatábamos la vida a cualquier hombre que se nos pusiera delante. Mi madre perdonó a mi padre por su belleza, y ahora yo tengo que cargar con todas las consecuencias de las acciones de nuestros antepasados. Dos veces al año tengo que prepararme con todo lo que pueda, armarme de toda la fuerza y el valor que pueda encontrar y defenderme de ellas. Las llamadas brujas no son nada comparadas con cómo son estas aldeanas. Cargan toda su rabia contra mí y yo nunca les he hecho nada. No me parece justo que yo tenga que pagar por unos errores que no cometí.

Disfruto cada cucharada del puchero como si fuera la última vez que puedo hacerlo y después, preparo las últimas trampas en el jardín y observo el paisaje. La luna comienza a ser engullida por la sombra de nuestro planeta y siento que yo también voy a ir desapareciendo poco a poco. Sujeto una garrafa entre mis manos y vierto su contenido entre la barricada de estacas y mi cabaña. Me refugio en mi hogar y espero sentada a que las voces de la muchedumbre me inunden como ha pasado tantas otras veces.

Pasan los minutos y las horas y no se escucha mucho más que el sonido de varios animales salvajes y el crujir de mis pisadas en el suelo de madera. La noche se cierne sobre mí de tal forma que no soy capaz de ver ni mis propias manos. Enciendo una pequeña vela y al acercarme a la ventana, un par de ojos me están observando. Permanezco inmóvil sin retirar la mirada para no parecer débil y antes de retirarse, se levanta y me muestra su cabeza entera. Lleva una máscara que le cubre todo menos los ojos y en vez de su boca, hay un agujero con puntiagudos dientes ensangrentados. Respiro hondo varias veces, levanto mi bate de béisbol reforzado con clavos y la caja de cerillas. Abro cuidadosamente la puerta, enciendo una de las cerillas y la dejo caer. Mientras las llamas comienzan a rodear la cabaña, cierro de nuevo la puerta.

El interior queda iluminado de forma intermitente por culpa de las llamas. El único sonido que  escucho es el chisporroteo del fuego quemando los escombros, hasta que un grito ensordecedor se cuela en mis oídos. Tras él, un golpe seco se apodera del ambiente. Debe de ser alguna de esas brujas, se habrá quedado colgando de la trampa árbol que puse. Como no la bajen rápido, el veneno que he puesto en la cuerda comenzará a bajar por su pierna y se filtrará por sus poros. El resultado serán una serie de espasmos involuntarios que no cesarán hasta que sus órganos colapsen. Sin entretenerme, comienzo a esparcir cristales rotos tanto por la puerta principal como por debajo de las ventanas. Este año están mucho más agresivas y no pienso darles el gusto de matarme.

En vez de quedarme de brazos cruzados, subo las escaleras con el bate y me preparo para un ataque. No tardarán mucho en entrar en la cabaña, así que me queda poco tiempo para mentalizarme. Es la primera vez que son tan agresivas y no dudaré en matarlas si es lo que vienen buscando.  Dejo el bate en uno de los lados de mi cama y esparzo el mismo veneno que el de la cuerda tanto por los escalones como por la barandilla.

De repente, escucho ruidos por las paredes y me rodean. Me siento pequeña, más que eso, diminuta ante todas ellas. Algunas maderas de la pared se parten a su paso. Me acerco a una de las ventanas y veo cómo varias de estas brujas están subiendo por mi fachada con una especie de garras metálicas. Corro hasta mi habitación y tiro de la cuerda que hay detrás de la puerta. Segundos después, varias de ellas caen al suelo bañadas en sangre. Mi trampa ha funcionado a la perfección. Al tirar de la cuerda, se ha desprendido la anilla de las granadas caseras rellenas con agujas y han impactado contras las brujas. Incluso dentro de casa, escucho cómo se retuercen de dolor y se me ponen los pelos de punta. ¿Es la emoción de la cacería esto que estoy sintiendo?  

Sin previo aviso, uno de los ganchos atraviesa el techo y una oscura figura cae frente a mí. Se levanta amenazante a pocos centímetros de mí y aunque sea más grande que yo, no me dejo amedrentar. Al menos, no voy a mostrarle que me siento así. Me acerco lentamente a la cama sin dejar de mirarla. Por su parte, ella se quita la máscara sacando a relucir su deformada cara. Es una chica joven, seguramente tenga más o menos la misma edad que yo. Toda una vida por delante y yo se la voy a arrebatar por haber tomado una mala decisión.

—Somos las nietas de las brujas que no pudisteis helar —gruñe mientras alza su cabeza y sus pequeñas dagas.— Con estas dagas purificaré hasta lo más oscuro de tu alma. Tanto tú como tus ancestros habéis provocado mucho daño a esta aldea y tú pagarás las consecuencias.

La bruja se acerca a mí con una de las dagas en lo alto, está cargada de rabia y aunque pudiese, no atendería a razones. La única opción que me queda es defenderme, y lo voy a hacer hasta la muerte. Agarro mi bate mientras ella da una estocada fallida, sin dudarlo, echo el bate hacia atrás y lo cargo con todas mis fuerzas. Este se clava en su pecho y la deja inmovilizada.

—Me juzgáis por unos actos que no he cometido. Aunque no lo creáis, ya perdí a alguien muy especial por ser hija de quien soy.

La bruja exhala su último aliento y una sensación de angustia comienza a inundarme. Estoy haciendo todo esto por defenderme, sin embargo, nada debería justificar esta violencia. Ni hacia ellas, ni hacia mí. Sólo tengo una alternativa si no quiero enfrentarme a ellas: huir. Bajo las escaleras despacio para que no me localicen. No tardarán mucho en encontrarme y más después del desperdicio que hay en mi habitación. Me arrodillo y voy a la cocina, allí hay una pequeña compuerta que da al exterior. Miro una vez más a mi alrededor y me angustia saber que no volveré a ver este hogar. De alguna forma que no puedo explicar, tengo la certeza de que nada será lo que era. Me recojo la oscura cabellera en una coleta y salgo por la compuerta.

Cuando me doy cuenta de que todo a mi alrededor es oscuridad, me maldigo por no haberlo pensado antes. Tras unos pocos pasos y un ruido seco y ensordecedor, una fuerza invisible me empuja por la espalda y hace que caiga al suelo. Doy media vuelta y veo cómo mi cabaña cae ardiendo en mil pedazos. Las lágrimas brotan de mis ojos al ver que todo por lo que he luchado se viene abajo sin poder impedirlo. Me adentro en el bosque y corro sin mirar atrás. Intento centrarme en no tropezar con ningún árbol, pero en mi mente sólo veo imágenes de mi casa. Todos los momentos que he vivido allí, las personas queridas que me han dejado y siento cómo el corazón se me hace trizas.
Corro intentando dejarlo todo atrás mientras me centro en sobrevivir. Mi ritmo va disminuyendo cada vez más, árbol tras árbol voy perdiendo más aliento y los pulmones comienzan a quemarme. Me detengo unos segundos para recuperar la compostura y me sobresalto cuando una oscura figura salta desde uno de los árboles. Su máscara brilla en la oscuridad. No dudo un segundo más y sigo corriendo con las fuerzas que aún me quedan. Aunque siento el sonido de varias flechas a mi alrededor, nada logra detenerme.

Pocos metros más adelante, tropiezo con algo que se me enreda en los pies y caigo derrumbada al suelo. Al hacerlo, una campanilla suena y siento que es mi final. Miro mis piernas y efectivamente, tengo una cuerda que rodea mis tobillos. Aunque busco a mi alrededor, no hay nada que pueda utilizar para cortarla. Intento hacerlo con las manos y lo único que consigo es que me sangren. Segundos después, una figura delgada con una máscara cubriéndole la cara se acera a mí, me golpea la cabeza y todo se torna en oscuridad.
Despierto con unos cánticos en un idioma que no soy capaz de reconocer. Abro los ojos lentamente intentando adecuarlos a los grandes cambios de luz. Siento muchísimo calor en todo el cuerpo y me duelen las muñecas y los tobillos. Las carcajadas y los gritos hacen que todo me de vueltas. Intento concentrarme en mi respiración y tampoco puedo, porque un olor a quemazón llega hasta mis pulmones. Despejo un poco mi mente, me concentro y me doy cuenta de que estoy crucificada delante de una gran fogata. Varias figuras están a mi alrededor. Todas ellas siguen llevando sus máscaras y, además de eso, unas largas túnicas que cubren completamente sus cuerpos. Algunas de ellas danzan, mientras otras tan sólo repiten el cántico como borregas. Por mucho que intento soltarme de alguna forma, no lo consigo y al final, acepto mi destino. Al igual que lo hicieron todas las víctimas de mis ancestros cuando se daban cuenta de que serían congelados por el hecho de ser hombres.
De repente, todo ruido se silencia y una de las brujas se acerca a mí con un cuenco. Mete su dedo en él y me marca la frente con un ungüento. Noto una pequeña quemazón que puedo resistir sin problemas. Otra bruja se acerca con una daga en las manos y se la entrega a la primera. Me muestra el arma, tal vez para demostrarme su poder, para que me sienta indefensa o simplemente porque forma parte de su ritual. Levanta la daga con su mano derecha, la carga hacia atrás y...

—¡Alto! —Grita una de las brujas a un lado del círculo.— Esta persona no es culpable de nada más que de sobrevivir.

La bruja se quita la máscara y una sonrisa burlona se forma en su cara.

«Hermana.»


Comentarios

Entradas populares de este blog

Una niña grande

Convocatoria: «Muchas patas»

Dionisio