Dionisio y el oro
Con una fortuna de cantidades inmensurables para Dionisio, Hera se fue del lugar sin crear más desorden. Al comprobar que con el paso de los días, tampoco regresó, Dionisio por fin pudo respirar tranquilo. Por otro lado, no dejaba de pensar que aunque no hubiese causado ningún estrago, Hera tendría algo entre manos.
Semanas más tarde, en un día cualquiera, el sol no lograba
desprenderse de las nubes que le acorralaban sin pudor. Este no tuvo otra
opción más que someterse, y el cúmulo se situó por encima de los campos de
Dionisio, y descargó toda su ira contra ellos. Se formó una tormenta digna del
mismísimo Zeus. Dionisio estaba seguro de que él no permitiría que pasara tal
cosa, por eso apareció por su mente el dios Tifón, creador de los huracanes y
tormentas.
Al principio, Dionisio intentó proteger sus
viñedos. Por desgracia, cualquier esfuerzo que realizó por impedir su
destrucción fue en vano. Los campos cultivados de vid le fueron arrebatados de
sus manos y de su corazón. Estaba seguro de que todo esto era una estratagema
dirigida por Hera. Ella pensaba que la cualidad de la bonhomía reinaba en
Dionisio, mas no era así. Por mucho que fuese bueno con todos, la ingenuidad no
tenía cabida en su vida.
Dionisio, al quedarse sin nada que proteger y
sin un hogar, decidió ir a la ciudad para recomponerse, y después, atacar a
Hera con todas sus fuerzas. Para su sorpresa, su padre, Sileno, había sido
acogido y cuidado en el palacio del rey Midas. Dionisio, en un intento de
recompensarle por su desinteresada acción, le ofreció a Midas la concesión de
un deseo. Tras muchos titubeos, la ya conocida avaricia de Midas lo llevó a
pedir tener el poder de convertir todo lo que tocase en oro. Dionisio, le concedió
ese don sin ningún reparo ni miramiento.
Midas, al comprobar que sus poderes
funcionaban, ordenó hacer un gran banquete en honor al Dios, oportunidad que
Dionisio aprovechó para volver a poner en marcha su don y enseñar a los
lugareños a cultivar vino. Cuando Midas intentó probar dicho manjar y se dio
cuenta de que todo lo que tocaba se convertía en oro, le pidió al joven Dios
Dionisio que le liberase del don que tanto había codiciado. Dionisio, en un
gesto de amabilidad le indicó que para deshacerse de su poder, debía bañarse en
las aguas del río Pactolo.
Midas, para asegurarse de que la palabra de
Dionisio era verdadera, ordenó que le acompañase hasta el río. Dionisio tuvo
que aceptar las condiciones, aunque estas demorasen aún más su enfrentamiento
con Hera. Así fue como al día siguiente, cuando Midas pisó la arena que
bordeaba el río, y se bañó en las calmadas aguas del Pactolo, este tornó su
color a dorado. Midas, sonriente y satisfecho, ordenó soltar a Dionisio.
Con otra experiencia sobre sus hombros,
Dionisio puso rumbo al Olimpo, para conversar con su padre Zeus y decidir cómo
enfrentarse a la casi segura y apremiante venganza de Hera.
Me hace mucha ilusión poder leer más sobre las aventuras de Dionisio, aunque al pobre no le pasen demasiadas cosas buenas. Me da a mí que esta semana volverás con otro relato de este Dios y tengo muchísimas ganas de ver como lo haces. Dicho esto, tienes frases y metáforas que son oro, he disfrutado un montón leyendo tu relato. Como siempre, eres maravillosa.
ResponderEliminarUn abrazo enorme,
Cometa.
Bueno, tengo tiempo para escribir que le pasen cosas bonitas (espero, porque conociéndome),
EliminarSip, el plan es hacer todo el mes con Dionisio, a ver qué tal se da jejejeje.
Muchísimas gracias <3
Muy bueno Teresa, has conseguido hilar las dos historias con gran maestría. ¡Sigue asi!
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