Dionisio y las estrellas
Una vez Dionisio hubo llegado al Olimpo, buscó a su padre,
Zeus, mas no le encontró. Dionisio recorrió todos los rincones del Olimpo, un
lugar etéreo, sublime y delicado.
Buscó en cada panteón dedicado a cada dios, pero no había ni rastro de su
padre. Preguntó a varios de los dioses que allí se encontraban. Ninguno le hizo
caso, ni siquiera le miraron a la cara, hasta que Ícaro, con sus sandalias
aladas se acercó a él.
—¿Qué buscas aquí, muchacho? —preguntó con
cierto retintín.
—Necesito hablar con mi padre, Zeus.
—Muchos dudan que Zeus sea tu verdadero padre,
muchacho. Ahora mismo está atendiendo otros asuntos más importantes que tu
cabezonería, muchacho.
—He dicho que tengo que hablar con él —contestó
Dionisio amenazante.
Es cierto que en el Olimpo nadie le tomaba en
serio, y tal y como había dicho Ícaro, muchos incluso no creían que fuese hijo
del mismísimo Zeus. A Dionisio no le importaba nada de esto, porque conocía la verdad.
Con desprecio, Ícaro le señaló un lugar de la
tierra que no tardó en identificar como Alemania. Llegó allí en poco tiempo,
pues tomó prestado uno de los caballos alados que vivían en el Olimpo a
disposición de cualquier dios que lo necesitase.
El relinchar
del caballo alado le indicó que ya habían llegado a donde querían. Sobrevoló
las tierras, y al observar el paisaje, sintió cómo el mundo se le caía encima.
Tanta destrucción no parecía ser posible, ni siquiera la mismísima Hera podía
ser capaz de hacer algo así.
En el poco tiempo que pasó allí, pudo ver cómo
incluso se denunciaban entre hermanos. Al final siempre apresaban a uno, y el
resto de la familia sabía que nunca más volvería. Al menos no en el plano de
los vivos.
También vio algún gesto de compasión que otro.
Varios generales, supuestamente del bando nazi, ayudaban a que varias familias
judías escapasen de las fauces del Führer. Sólo el tiempo determinaría si al
final lo conseguirían.
Muchos de los defensores de esta supremacía
hablaban orgullosos entre ellos de lo que estaban consiguiendo en varios campos
de concentración, aunque el que más resonaba en sus bocas era el de Auschwitz,
en Polonia.
Dionisio no dudó ni un segundo, y se dirigió
raudo y veloz hasta allí, donde por suerte, encontró a su padre Zeus. Estaba
inmóvil, observando cómo las personas eran vejadas, maltratadas y asesinadas
vilmente.
—Padre, vengo a hablaros de Hera —dijo Dionisio
delicadamente.
—¿No te parece increíble hasta qué punto puede
llegar la humanidad? —Cambió de tema radicalmente—. Los seres humanos son muy manipulables.
Concédeles un grano de arena, y crearán una montaña. Regálales la habilidad de
la manipulación, y la usarán para hacer el mal. La historia se repite, una y
otra vez. Guerras por doquier que nunca terminan de controlar. El odio hacia
los que son diferentes a ellos mismos rezuma por cada uno de sus poros.
—¿No crees que debamos intervenir esta vez?
Sólo les he observado durante un día, y no parece que eso vaya a terminar
nunca. Incluso denuncian a sus propias familias con tal de salvarse el pellejo,
o de conseguir pequeños favores. Algo así no debería permitirse jamás.
—Estoy de acuerdo contigo, hijo mío. Pero
tenemos que dejar que ellos lo solucionen por sí mismos. Nuestra intervención
supondría que nunca aprendiesen la lección y, por tanto, que cometiesen los
mismos errores una y otra vez.
—¿Cómo sabes, padre, que no volverán a hacerlo?
—No lo sé.
Buen texto Teresa. Encantado de seguir a Dionisio en sus andanzas. Que malo es a veces el libre albedrío...
ResponderEliminarEn cuanto he leído "Alemania" ya sabía que acontecimiento histórico habías seleccionado. Me fascina como retratas a Dionisio, creo que le estás dando una humanidad que nunca antes visto en este dios, igual que Zeus, que me esperaba que cambiases la historia lanzando un rayo a quien yo me sé. Muy típico en él freír a gente, pero si, al final, la historia no puede cambiarse. Nos leemos, Cometa.
ResponderEliminarHOLA HOLAAA!!
ResponderEliminarNo es el tipo de posts que suelo ver por lo que me ha encantado!!!
Un besote desde el rincón de mis lecturas💞